"En Rusia no tenemos derechos reales desde que liquidamos al Zar"
Uno, dos, tres - Billy Wilder (1961)
Fue Wilder de los pocos directores (Kubrick también) en aplicar la fórmula de
la comedia desternillante a la, entonces en su apogeo, guerra fría, y más concretamente,
a las vicisitudes de ese romántico Berlín dividido post guerra mundial.
Seguramente no fue aquella la descripción más fiel del conflicto, un conflicto
que durante 45 años dividió el mundo desde todos los puntos de vista posibles:
cultural, social, económico, militar… No, aquella aventura de un alto cargo de
la Coca-Cola loco por hacer negocio al otro lado del telón de acero, no
pretendía otra cosa más que hacer reír (y a buen seguro lo conseguía) pero
Wilder, un director de cine polaco y judío que había huído de europa y las
cámaras de gas para asentarse en Hollywood, era demasiado hábil como para no
ejercer su ácida crítica sobre la realidad del mundo comunista. Y no contento
con ello, se ríe igualmente del capitalismo, aunque de forma más sutil. Ok,
está claro de qué lado le gustaba estar, no es ningún misterio.
Sí, fueron 45 años que, por la situación de nuestro país
en la órbita de influencia cultural y moral de lo que llamamos occidente, nos
dejaron una visión muy sesgada de lo que fue (y muchas veces, intentó ser) la
vida en el bloque comunista. Mi generación recordará seguramente las imágenes
de su derrumbe, a Yeltsin sobre el tanque, los sudores fríos sobre la calva
manchada de Mijaíl Gorbachov. Palabras como Perestroika, o Glásnost. Scorpions cantando
aquello de “Wind of Change” en el recién venido abajo muro de Berlín. Sí,
fueron momentos históricos. El recientemente fallecido historiador Eric
Hobsbawn trata el desmembramiento de la Unión Soviética como auténtico punto
final del pasado S. XX, de la misma forma que su auténtico inicio fue el
triunfo de la revolución de Octubre.
Pero dejemos las ramas y vayamos entrando en materia. Esto es, saber cuáles fueron los
hallazgos urbanísticos y sociales de la Unión Soviética, máximo representante
de la aplicación de un socialismo horizontal, del latente racionalismo de la
primera mitad del siglo veinte. En 1963
por ejemplo, Beaujeu-Garnier y Chabot
calificaron a la URSS como «una especie de laboratorio del urbanismo moderno».
Lo fue, sobre todo, porque no podría haberlo sido en ningún otro lugar del
mundo.
Situémonos. En 1945 la II Guerra Mundial ha acabado y Europa
queda repartida entre los vencedores como un pastel pisoteado. Mientras que la influencia
occidental nos hizo ver a la Résistance Francesa y el desembarco de Normandía como
la materialización más divina de los esfuerzos libertarios del mundo
civilizado, episodios como los del paso del Dnieper, el sitio de Leningrado o Kursk
son más bien anotaciones a pie de página. La realidad es que fue Europa del este
la que sufrió el grueso de aquella barbarie. Y fueron sus ciudades,
intensamente bombardeadas (el 70% de Varsovia había dejado de existir) las
abocadas a reconstrucciones que, en algunos casos, al derrumbarse la URRSS en
1991, aún no habían completado su proceso de rehabilitación. Tal es la situación de
Praga, ejemplo de lo que algunos llamaron “inmovilismo comunista” pero todo un modelo de conservación y exquisito trato de patrimonio que
ejercieron muchos gobiernos del este sobre sus ciudades.
Praga |
Ciudades muchas de ellas destruidas, cierto. Y con un pueblo ansioso de dejar
atrás el hambre y empezar a disfrutar de las bondades del mundo socialista.
¿Existieron pues estas bondades? Antes de responder, más vale abordar un ejercicio
de coherencia que no suele establecerse cuando se compara la calidad de vida
del mundo oriental y el del occidental. Es un craso error. La calidad de vida en la URRSS no es comparable con la calidad de vida en los Estados Unidos. Y si se establece el paralelismo, será una comparación absurda del todo. ¿Por qué? En 1917, mientras USA ya
se erigía como máximo representante del triunfo de su modelo económico, y
saboreaba las mieles de la democracia desde hacía muchas décadas, el imperio
ruso, a la caída de los zares, venía a ser un país prácticamente medieval, con
un feudalismo aún en práctica, y una enorme mayoría de la población analfabeta.
Los avances en materia de educación, nivel de vida, influencia cultural y tecnológica,
que la Unión Soviética lograría en los siguientes 50 años, hacen del modelo
comunista un triunfo absoluto en su contexto, claro, y que se vendría abajo, entre otras
tantas razones, por el insostenible pulso armamentístico que libró con su rival
occidental. A día de hoy, Rusia cuenta con un 10% de la población viviendo 100
veces mejor… y un 90% 10 veces peor. La crisis mundial, las mafias y la
inseguridad ciudadana han devuelto al imaginario colectivo ruso lo que algunos llaman “nostalgia
comunista” (interesante guiño el de Wolfgang Becker a este sentimiento en su película Good bye Lenin! del 2003)
De manera que sí, disfrutaron de las bondades de la vida
socialista. No eran muchas, especialmente en los últimos años de Stalin. Pero
hubo hallazgos, y un intento, qué raro suena en nuestros días, de igualitarismo. Según Stretton (1978) muy crítico en sus juicios del mundo socialista, no
duda en observar que “la riqueza, el ingreso y la vivienda del bloque oriental
no tienen ninguna de las desigualdades extremas que ocurren en los países
capitalistas”.
La ciudad del bloque del este se caracterizaba por «sus
amplias arterias, sus grandes espacios verdes, la majestad y la multiplicidad
de los edificios colectivos situados en los puntos centrales, la ausencia de
segregación social y de diferencia en la arquitectura de los diversos barrios».
Blanc, George y Smotkine comentaban en 1967 «la supresión de toda causa de
disarmonía en el paisaje urbano», a propósito de Polonia, y estimaron que las
nuevas ciudades «representan una de aportaciones más positivas del urbanismo
socialista.
Como ejemplo se puede señalar Vilna, en Lituania, paraíso de
lo que se ha venido a llamar el Commieblock, voz inglesa que resulta de sumar
las palabras Commie (comunista) y Block (bloque) y que resultó la tipología de
vivienda colectiva característica del movimiento. Eran construcciones baratas,
bloques en altura de materiales prefabricados y de tosco semblante. Los
primeros ejercicios en esta dirección carecían incluso de aislamiento térmico,
pero sentaron las bases que darían pie a la colectivización de la vivienda, y su
status de derecho constitucional real.
Vilna (Lituania) |
Como comenta Sergio Tomé, "la monotonía, la falta de calidad
y de soluciones estéticas satisfactorias harían rebrotar la reflexión sobre la
necesidad de conciliar la igualdad social con la diferenciación formal y el
diseño arquitectónico." No en vano, aún recuerdo las impresiones de mi hermano
a su vuelta de Kiev allá por 1998:
“Horrible. Todas las calles son iguales”
¿Lo eran? En realidad sí. Pero el tiempo, como veremos, dio la razón al modelo del commieblock, cuyo triunfo no tuvo precedentes.
adidsas yeezy
ResponderEliminarkobe byrant shoes
chrome hearts online store
jordan shoes
nike sb dunks
supreme hoodie
kyrie 5 spongebob
pandora outlet
lebron james shoes
jordan shoes