Leva Moreno · Sevilla
Mapas. Escuchamos hablar de ellos a todas horas.
Los interpretamos. Los elaboramos. Los grafiamos. Los recorremos. Y nos perdemos por ellos cuando tratamos de encontrarnos.
Intentamos (re)producir cosmografías, radiografiar interacciones de algún tipo, diseccionar pautas establecidas en estado latente.
A menudo –o a diario- acudimos a la biblioteca para informarnos. Nos dejamos envolver por cien o cien mil libros reveladores, que nos traducen conexiones y recorridos insospechados para que podamos dibujar nuestros mapas.
Este intercambio, que se produce a ritmo vertiginoso, va dejando una huella tras de sí para el viajero que quiera seguirla.
Cuando elijo un libro por azar o elección, suele ocurrir que, de repente, una página aparece pintada. Una palabra garabateada, un trazo de lápiz que enmarca una frase o un párrafo, tal vez una flecha que señala indiscretamente una revelación, o cualquier otro acto destinado a vilipendiar la blancura de una hoja.
En el momento en el que descubro esos indicios de que otras manos recorrieron mis inquietudes antes que yo, deja de importar cómo de sumergida estoy en la lectura, porque siempre me detengo involuntariamente a leer aquello a lo que alguien le ha dado un carácter nuevo. Es imposible no tratar de descifrar una palabra escrita en los márgenes. La curiosidad se impone y un mecanismo se activa al encontrar ese elemento que no debería de estar ahí.
Después, durante un breve instante, me formulo la pregunta de por qué alguien quiso enaltecer aquello.
La semana pasada me asaltó la idea de que multitud de palabras subrayadas y desperdigadas en todo tipo de volúmenes dormitaban en las páginas de los libros que me rodeaban, compartiendo algo entre todas ellas. Me imaginé un mapa de travesuras, desapercibido y a una escala verdaderamente obscena. Me pregunté si tal vez alguien había rodeado un punto con un círculo, para que se pudiera escribir toda una historia de incongruencias que acabara trágicamente en el momento más inesperado, o si se habrían subrayado comas para dar un respiro al osado narrador que las leyera.
No pude contenerme y empecé a deambular por las estanterías, para desenredar una ínfima parte de este mapa imposible.